Extremety retained – Jason Netherton. Handshake INC, 2014

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Por Alejandro Torres.

Cuando se tiene un tema favorito, siempre se busca un libro imposible. Uno que lo diga todo y que vaya a fondo con las preguntas que uno lleva tiempo pastando. Ese libro no existe. En general, los libros a la carta deben ser escritos por el curioso que los ha buscado. Así me pasa cuando quiero leer sobre música. Siempre se quedan cortos pero lo malo es que no soy escritor y me queda grande decir algo importante sobre el asunto. Sin embargo un día me topé con el trabajo de Jason Netherton. Un tipo que con su música ha recorrido un montón de escenarios en muchos países y mientras aporrea su bajo en una banda brutalera, lleva perfectos diarios de sus charlas con los hacedores de música extrema, de Death Metal. Me ha sorprendido con su paciencia para tejer la historia mejor contada, hasta ahora, de un trozo importante del Underground. No pierde oportunidad de sacar a la luz los asuntos importantes de un estilo musical que se niega a morir. Estructura un relato a partir de tres momentos clave: querer tocar, salir a tocar y lograr grabar. en esos pasos encierra toda una tradición sobre un subgénero que nació a mediados de los ochenta y aún persiste, aunque ya no crece demasiado. Netherton además de revelarnos las temáticas y toda la imaginería de este sonido, deja hablar a músicos, roadies, ingenieros de sonido, productores, ilustradores y otras gentes del medio que, sin saberlo, van tejiendo un cuento de sus alegrías y sus penurias. De sus influencias y sus logros. También de cómo se pasa de un corrillo de locos obsesos por el ruido y el cine sangriento a un movimiento con más de 20 años de tradición y que con un lenguaje propio logró pasar de un fanzine fotocopiado y el eterno voz a voz, a tener que contratar contadores para impuestos en un negocio que solo sabe dar pérdida pero que como todo placer llevado al arte, te mantiene atado aunque no haya éxito. Con más de un centenar de voces de todo el orbe, incluida una colombiana, Netherton ha logrado dejar un documento para la memoria de la música subterránea. Totalmente recomendado.

El amante de las librerías – Claude Roy. José J. De Olañeta Editor, 2011

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Hace años un cliente muy querido no visita la pequeña librería que manejo. Era ya muy viejo y suelo tener pensamientos oscuros sobre su presente. Estará enfermo? Habrá fallecido? Problemas o discordias nunca tuvimos; su recuerdo de cazador de libros colombianos me alegra siempre; febril escarbador de anaqueles en las librerías del centro de Bogotá y sabio humilde de las tradiciones más antiguas de nuestra tierra, es un hombre que extraño y espero. Su llegada a la librería con bolsas de mercado, verduras, frutas y quién sabe qué otras viandas me poblaba de gratos olores el local. Siempre apuntaba risueño que su mujer lo reconvendría por los «otros víveres» con los que llegaría esa tarde a casa. Claude Roy me ha traído este grato recuerdo de mi cliente perdido. Los libros son sin duda un alimento y deben ir junto al resto de nuestras comidas. Olañeta rinde un pequeñísimo gran homanaje a los recolectores incansables de lecturas en papel. A los eternos peregrinos de calles de libros; Esos que ocultan como mejor pueden la dicha cuando frente al librero, se saben en presencia de un tomo que los ha hecho sufrir durante años y finalmente una tarde, ya resignados a no verlo, se topan con el bendito libro y al fin pueden marcharse juntos. Claude Roy, un tipo de la misma catadura que el bien amado bibliómano francés Charles Nodier, nos ha dejado a los que vivimos acechando un libro o unos muchos libros, esta pequeña memoria de su vicio impune. De lo que dio en llamar su «pasión inútil». Ese tipo de amor por todo aquello que carece de un fin práctico. Amar no solo los hallazgos sino también los amables diálogos que se suscitan en las librerías; esas charlas suaves y otras acaloradas en torno a tal o cual lectura que ha logrado que un par de almas, así sea solo por un rato, se hayan vuelto amigas. Tal vez mi cliente ausente y Claude Roy tengan mucho que charlar. Siempre hay un libro esperando aunque nosotros no lo estemos buscando. Paciente aguarda en algún rincón de alguna librería a que lo queramos incluir entre nuestros «víveres» para sacarlo a paseo una buena tarde que alguien esté dispuesto a que lo traigamos a cuento. El amante de las librerías, puede bien ocupar ese espacio hermoso de la memoria de todos los que ven en esos taquitos impresos algo más que un libro.

Cómicos, tiranos y leyendas – Osvaldo Soriano. Seix Barral, 2012.

Por Alejandro Torres.

A veces se me ocurre que no debe ser tan malo que las cosas favoritas de tu vida y las puteadas que a veces quieres darle a las que menos te gustan te las permitan imprimir. Osvaldo Soriano logró hacer de lo personal lo literario; Logró abrir de par en par las puertas a lo popular sin caer en lo populista. Decir y contradecir mientras nos lleva por caminos llenos de gatos y bocanadas de humo. Esta colección de crónicas parece ser la última que verá la luz pero con tipos como el gordo Soriano nunca se sabe; Cubrió con igual maestría la política, el «fóbal», el boxeo y la literatura. En esta antología desfilan sin desequilibrios ni preferencias de profundidad o genio, tipos tan dispares como Quino y  Gatica. No se quedó por fuera su querido Chandler ni Hammett; tampoco faltan referencias y peroratas a la dictadura, Cortázar, La boca, Gardel, los cigarrillos, su padre y los gatos. Cuando no se deja venir con un bello homenaje a los viejos Boxeadores, el cine y Perón. Otra vez sale una antología, pienso si será la que cierre el ciclo y siempre espero que sigan raspando la olla y que en dos o tres años vuelvan a «encontrar» nuevas cónicas del maestro que solo atendía la vida de las 8 pm en adelante. Un porteño que sabe universal y que supo hallar en recovecos tan chicos, como las fotos que su padre tomaba con una cámara a crédito, la esperanza de un hombre que ya lo daba todo por perdido; una sensación que quizá no sea ajena para muchos de nosotros. En fin un librito capaz de elevar a leyenda lo que en otro no sumaría más que un mal verso; un pésimo recuerdo. Quizá en este instante alguien esté rebrujando entre periódicos viejos una perla más del gordo. Y así hasta que se ajusten otras dos docenas de ingenio y nos vuelva la alegría al cuerpo de ver, luego de 18 años de muerto, que Osvaldo Soriano siga tan vivo.

Black Metal: Evolution of the cult – Dayal Patterson. Feral House, 2013.

Por Alejandro Torres.

Hicieron todo el esfuerzo para que no se diera a conocer, para que no se volviera «mainstream», para que se quedara pequeño y sagrado; limitado a un selecto círculo de seguidores y cultores. El Black Metal, el sonido de la bestia, ocurrió un día y aún no termina. Desde hace más de veinte años, viene asolando y parece que, aunque no gozara más del murmullo y el misterio que le rodeó en su infancia, este género musical sigue rodando saludable y recreándose por doquier. Su deseo de ser secreto, Underground,  resultó fallido y se ha transformado en producto de exportación y peregrinación turística a su meca: Noruega. Actualmente poco queda de ese espíritu radical que alentó a principios de los noventa con quema de iglesias, asesinatos y amenazas, pero aún sigue rampante su visión apocalíptica de este mundo y a pesar de que ya no se pintan con ahínco los rostros, cada noche en algún lugar del mundo, el Black no es más exclusividad noruega,  su pinta de muerto y su estridencia renacen en algún sótano donde se le canta a esa parte oscura de nuestras vidas. El Black metal llegó para quedarse y el autor de este libro en particular, ha asentado los documentos de este movimiento estético de mejor manera que los correos de brujas y las crónicas febriles y sensacionalistas del pasado. Es raro pero grato hallarse frente a un texto que trate con respeto y profundidad un género musical; que sepa hallar los momentos críticos donde se gesta la historia de la música y demuestre que aunque haya desmesura y furia en un sonido, también hay intención y fuerza en cada momento brillante de este género. Si bien es cierto que el Metal en general y El black metal en particular, no son aún corrientes estéticas populares o masivas, es innegable que han alcanzado una masa crítica que ha convertido al rock más pesado en un tema ya alejado de lo subterráneo. Poco a poco se han hecho un espacio en la historia de la música contemporánea. Este libro va tejiendo con cuidado los orígenes y devenires de lo que empezó como un deslinde  del metal tradicional y más comercial de finales de los 80, restringido a un puñado puristas e inconformes para ir moldeando un universo simbólico y sonoro en pugna con la corriente, hasta transformarse en un cuño reconocible a la distancia; en un sonido particular que se fue enriqueciendo e internacionalizando hasta nuestros días. Como lo demuestra el autor, este subgénero es mucho más que Noruego y menos monolítico de lo que sus creadores iniciales desearon. Se salió, como siempre lo hace el arte, de cauce; excedió sus límites estéticos, geográficos y sus influencias para pasar de un puñado de bandas reconocidas a un millar de ejercicios que constantemente le insuflan carne y sangre al estilo.  Dayal Patterson nos ofrece una historia sesuda pero entretenida del sonido oscuro y radical. Un libro que alterna la reflexión del autor con la crónica del tiempo en la voz de los protagonistas del género. A mi modo de ver, el primer acercamiento serio al fenómeno y una buena puerta de iniciación cuando no de afianzamiento o memoria para los amantes de este sonido. Alejado de sesgos y malos matrimonios, logra un equilibrio perfecto a la hora de escribir éste, que por el momento sospecho el primer estado del arte hecho a conciencia en torno al Black metal.

MATANDO A RAYONAZOS. Por Mauro Vargas.

 

Estoy en contra de rayar los libros. Lo considero un acto criminal. No puedo lidiar con la idea de agarrar un lapicero de tinta indeleble y trazar una línea fea y temblorosa sobre el hermoso color crema del papel. Mucho menos con coger un resaltador y pasar sobre las letras una capa de esa tinta resplandeciente. Aquello es violar su integridad. Es como acercarte a tu amigo borracho mientras está dormido y tatuarle un pene en la frente. Cuando el tipo despierte, probablemente ninguna mujer se le acercará mientras vean ese miembro erecto y horizontal sobre las cejas. Y es lamentable que como lector deba enfrentarme a ese problema con frecuencia.

Hace varios meses, solicité un préstamo en la biblioteca. Esperé quince minutos por él, lo presenté a la salida y solo hasta llegar a mi casa lo abrí. Si lo hubiese hecho antes, seguramente lo habría devuelto de inmediato. Todo el libro estaba lleno de líneas ondulantes subrayando expresiones y de óvalos y recuadros encerrando palabras. Verdes, rojas, azules, negras. Intenté leer los primeros capítulos de la novela, pero fue realmente difícil sentirme cómodo con todo ese absurdo colorido llenando las páginas.

Sí, sé que para muchos la idea de rayar un libro es algo romántica. Que rayarlo lo hace más propio, que anotar en sus márgenes es como imprimirle el sello personal. Recuerdo que algo muy parecido dijo alguna vez una profesora de historia en la universidad. Y mucho después, otra profesora, esta vez de literatura, nos incitó con vehemencia a anotar en las márgenes, a escribir en las páginas en blanco de atrás, a doblar las esquinas de las hojas. Nos mostró con orgullo su maltratado ejemplar del Decamerón como si aquello se tratara de una obra de arte. Algunas hojas estaban violentamente dobladas hasta la mitad, en otras brillaban las líneas fluorescentes de los resaltadores y en otras las márgenes estaban atestadas de anotaciones con lapicero. ¡Válgame Dios! Yo estaba en la universidad para que me educaran en la literatura, no para que me convirtieran en un vándalo. ¿Acaso no pueden hacer todos esos estragos en una hoja aparte? ¡Por lo menos usen un lápiz! Existen otras posibilidades para registrar lo que aprenden cuando están leyendo y es por eso que considero el vicio de rayar los libros como un acto premeditado.

Yo me niego a seguir esa conducta, por muy llamativa que sea. Aprendí  que destrozar un libro de esa manera tiene algo de egoísmo. Los libros no nos pertenecen para siempre, tan solo los tenemos prestados durante su ciclo vital. Somos sus guardianes transitorios. Cuando mueran, esos libros serán leídos por otros. Si se raya de manera permanente, el libro muere al instante y se le niega el placer de una lectura amena a próximas generaciones. Los libros que están en las librerías de usados son muchas veces de bibliotecas de gente que fallece. Si están rayados con lápiz, el librero simplemente borra las anotaciones y queda como nuevo. Pero cuando vienen todos dañados con bolígrafo o «personalizados» con resaltador, van directo a la basura o a un infame remate en la calle. No se pueden vender a un precio razonable, y la gente tampoco los compra en su deplorable estado. Su destino es permanecer todo el día bajo el sol, vapuleados por quienes se acercan curiosos, miran los rayones en el interior y los dejan con desgana sobre la mesa en la calle, mientras sus carátulas se decoloran lentamente hasta perder su identidad, para finalmente acabar como ceniza en una hoguera. ¿Es eso justo?

La fiebre de rayar un libro supone matar algo que es capaz de vivir eternamente.

Del Boxeo – Joyce Carol Oates. Alfaguara Ed., 2012.

Por Alejandro Torres.

De niño recuerdo una tarde de domingo en que mis primos, gente que se me hacía matona por encima de todo, les dio por estrenar un los guantes de boxeo que les habían regalado de navidad. Todo empezó bien hasta que uno de los dos lanzó un estudiado derechazo al ojo izquierdo del otro y sin que nadie lo esperara, la sangre empezó a manar imparable de la ceja y el ojo que se fue poniendo cada vez más hinchado y bueno, luego vino el tren de correa para el campeón de ese patio y loa gritos de «quién más que un bruto como Usted le da a un niño cosas para que le pegue a otro» y etc, etc. Desde esa época me quedó claro que el boxeo es el único deporte donde no se juega. Es imposible no ser serio y definitivo en este caso. Eso es lo que uno concluye mientras pasa las páginas de uno de los mejore libros de crónica deportiva jamás escrito desde la literatura en norteamérica. Oates nos habla también desde ese día en que no la llevaron a conocer el hielo, precisamente, sino a un lugar donde los hombres estaban dispuestos a ganarse el pan y la honra a costa de sus puños y su capacidad de no caer en medio de mazazos humanos en la cabeza, esos que tornaron lento a ese rayo llamado Muhamed Alí.

Recorriendo la historia del Box, vamos cruzando desde cercos de tierra y lodo en la Inglaterra del siglo XIX, hasta el mordisco de Tyson contra Holyfield, en Junio de 1997. Pasando de la pura memoria infantil al mejor nivel de investigación, Oates no baja la guardia para escondernos las duras vidas de quienes han escogido tan cruento camino a la gloria. No se ahorra tampoco, dar cuenta de cómo el boxeo pasó de juego sucio y subterráneo a ocupar una dimensión mediática cercana al Baseball y el Football gringo, mojando la imaginación y la pluma de grandes escritores como Jack London, Hemingway, Cortázar, entre otros muchos. Tampoco deja por fuera el hecho más importante de este deporte: que solo es camino de atrevidos o locos. Que se necesita cierta dosis de presión en la vida para llegar a un gimnasio a salir con cada parte del cuerpo licuada a golpes y volver al día siguiente por más. Que es un deporte donde la gente desata su furia proyectándola en su hombre en el ring, Que nunca dejará de ser considerado una cosa brutal pero que tampoco va a dejar de ser practicado pues hay quienes nos vemos atraídos no tanto por la sangre como por el arrojo que implica y la fuerza mental y corporal que exige. Yo he sufrido de lejos viendo a mis favoritos caer y también me he dejado embrujar por tipos que saben escribir sobre esa danza.  Algo debe haber que hace que tras la brutalidad aparente, se hayan tejido historias del talante de «Por un bistec» o «Torito». Algo debe haber. Este es un libro que se queda; que seguramente se ubica en el estante donde viven los libros para releer.

El último dinosaurio – Hunter S. Thompson. Gallo negro Ediciones, 2013.

 

Por Alejandro Torres.

Todos los ávidos de viajes al fondo de los paraísos artificiales, las carreteras gringas y la locura, deben ya estar sobradamente enterados de el cazador Thompson ( autor de clásicos como Miedo y asco en Las Vegas, La gran cacería del tiburón o Los diarios del rón) uno de los últimos grandes del periodismo norteamericano y referente obligado a la hora de hablar de vivir al extremo del extremo.

De la máquina del tiempo, Gallo negro, una de esas editoriales que le apuestan al raro del famoso o que prefieren escarbar a fondo para sacar un libro que todos esperábamos pero no sabíamos su nombre, nos trae a Hunter S. Thompson desde el otro lado; entrevistado, acosado por preguntas. No puede esconderse y nos va revelando sus aficiones, su historia personal, su relación con las drogas y esa rara disciplina del abismo que lo mantuvo en el juego aunque todos le auguraban menos años de los que llegó a cruzar.

Otro costado interesante, más allá de los esperados apartes sobre su creación literaria y su pasión por los reportajes de largo aliento, son sus eternos coqueteos con la política, esa chica que siempre le dio con el guante en la cara pero que le dio forma a su carácter mientras aprendía que vivía en un lugar que detesta a los viciosos de tan viciado que está.

No teme responder sobre su filosofía del riesgo, sobre un género que inventó sin saberlo, sobre el famoso periodismo «gonzo», un cliché no acuñado por él y sobre sus amadas armas. Thompson solo temía no incendiar lo suficiente y quedarse sentado viendo pasar las horas. Era la clase de tipo que sufre de mucha Stamina pero de esa clase que no son pulgas en las nalgas sino hormigas en la mente; de esas solo aplacables creando o consumiendo hasta el último gramo de lo que sea que las calme. Un excelente viaje al fondo del último atrevido de las letras norteamericanas; no porque no haya otros tan  buenos en su oficio, solo porque rara vez aparece tal nivel de intensidad para vivir el oficio. Tanto como para rozarse de hombros con la muerte a fin de lograr el efecto deseado en esas frases que golpean el rostro del lector antes del punto final. No todos los hombres han venido a consumirse de la misma forma.

Si les quedó sonando el autor, les recomiendo este documental

DIARIOS DE BICICLETA – David Byrne. Sexto Piso, 2011.

Por Tomás Ferri.

 

 

“El día en que la mujer se suba a la bicicleta, el hombre la va a seguir”.

 David Byrne

“El ciclismo es un importante elemento del futuro. Algo no marcha bien en una sociedad que va en coche al gimnasio”.  Bill Nye

 

David Byrne, líder del desintegrado grupo Talking Heads, lleva más de tres décadas usando la bicicleta como medio de transporte, y no solo en su natal New york. En sus viajes alrededor del mundo o bien lleva su bicicleta plegable o alquila una apenas aterriza en cualquier ciudad del mundo.  Mientras pedalea en busca de una galería, un bar, una sala de conciertos, un hotel, un restaurante o un museo en Buenos Aires, Londres, Manila, Estambul, entre otras ciudades, nos comparte sus reflexiones sobre la historia, arquitectura, economía, política, arte, costumbres, urbanismo o calidad de vida de cada una de estas urbes. Evitando las grandes avenidas y los inmensurables trancones recorre calles ocultas para los turistas que lo llevan a vivir cada ciudad desde perspectivas insospechadas, encontrado a su paso belleza donde la mayoría de nosotros solo veríamos aburridas filas y columnas de ladrillos replicando una y otra vez los mismos tipos de construcción.

Aunque es un libro que, paradójicamente, parece más escrito para los amantes de las grandes urbes que para los amantes de las bicicletas; entre pedalazos y anécdotas, una prosa sencilla pero atrapante y fotografías que colorean el paisaje en nuestro viaje David Byrne nos regala un libro que, con banda sonora propia: All I wanna do is bicycle bicycle bicycle…, aboga por el uso de la bicicleta, no solo su uso recreativo o deportivo sino como medio de transporte válido para mejorar la calidad de vida de las ciudades. En cada ciudad que visita percibe la actitud hacia la bicicleta, de los conductores, de los peatones y de quienes están encargados de planear y tomar decisiones sobre la movilidad. Al respecto es consciente de que para estimular el uso de la bicicleta no solo se necesita la voluntad y los recursos para que las ciudades tengan una infraestructura adecuada y segura para los ciclistas sino que en muchas regiones hay que luchar para cambiar paradigmas mentales como lo es por ejemplo el ver el carro esencialmente como una cuestión de status. Imagino que a David le gustaría poder darse un paseo por la Hamburgo del los años treinta de este siglo, al conocer que hace mes y medio el alcalde de esta ciudad anunció el plan más ambicioso tomado por ciudad alguna como lo es convertirse gradualmente en la primera ciudad libre de autos en el mundo, meta que piensan cumplir en 20 años.

Rebeldes, soñadores y fugitivos – Osvaldo Soriano. Seix Barral, 2009.

Por Alejandro Torres.

A cada tanto ocurre que no hay una lectura que devuelva esa pasión por encontrar historias que hablen con nosotros. Como un viejo reincidente regreso donde Soriano, un tipo excepcional para narrar cosas que por difíciles de aceptar o por falta de mejores fuentes, logra convencerlo a uno de los enredos más divertidos de historias grandes y chicas pero siempre entrañables.  Este es otro libro de esos para guardar y releer; no envejece aunque todo ya sea viejo en su contenido.  De su pluma nos va sacando memorias casi a lo Emilio Salgari. Abro las páginas y me sumerjo en oscuros negocios como los de la Coca-Cola; sigo más adelante y me siento al lado de Cortázar a tomar un café en París mientras todos le gritan que ya se ha vuelto de espalda a su patria. Adelanto páginas y me descubre Soriano a un Erskine Caldwell inmerecidamente olvidado y a un Gabo que sabe de dónde vienen los sueños y que las musas son perlas de sudor frente a la hoja en blanco. Luego me encuentro frente a Fidel y su innegable deseo de perseverar en medio de un mundo que lo quería muerto. Con soriano uno llega a entender que Borges nunca se acaba y que el laberinto es él mismo. Nunca se sabe con Soriano dónde termina la crónica y empieza el cuento. Ese es su arte y por eso lo uso en esos momentos donde he perdido, a ratos pasa, la alegría de leer. Esa que muere con la falsa erudición y los informes disfrazados de ensayos; esa imposibilidad de reunirnos bajo la luna a escuchar cómo se hizo todo, aunque nos mientan.

El Autoestopista de Grozni – Ramón Lobo. Libros del K.O., 2012.

Por Alejandro Torres.

Qué pueden tener en común el fútbol con el conflicto en los Balcanes o la desesperada situación de las gentes del áfrica central? Solo Ramón lo sabe. Este es el testimonio de un reportero de guerra, aguerrido, loco como se debe para cruzar a territorio comanche y ligado a la tradición de héroes de la prensa como Ryszard Kapuściński y al poder de la escritura de Lobo Antunes.  A golpes de pelota y noches en medio del caos nos va entrelazando su experiencia bajo el fuego cruzado, los gritos, la soledad y el olor a carne calcinada, sangre y miedo con su pasión por el Real Madrid. No escatima detalles sobre la «Hijoputez» del mundo y sobre la capacidad de la redonda para limar odios y ligar gentes. Frente al televisor se disuelve el miedo y nace la conciencia. El gol como triunfo transnacional; guerrillas del medio oriente que son fanáticas de jugadores europeos o latinos. Cruces de camino que bordean la muerte y la rebasan por el lenguaje aglutinante del deporte. En fin, un paseo por esa cancha terrible de la guerra, esa grama ensangrentada donde todos perdemos. Un libro demasiado corto, aunque muy bello. Ramón, cuándo nos cuentas un poco más?