LA MUJER DE LA ARENA – KÔBÔ ABE – Ediciones Siruela – 1989

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Por Tomás Ferri

Desde el momento en que se le reconoce,
el absurdo se convierte en una pasión,
en la más desgarradora de todas.
Camus

Un coleccionista de insectos aficionado llega en sus vacaciones a una playa en busca de un tipo específico de escarabajo. La noche lo atrapa y un aldeano le ofrece sitio donde pernoctar, una casa habitada por una joven viuda. Todo tiene un tinte extraño para él: desde la casa, que parece tarde o temprano se derrumbará, hasta el comportamiento y la conversación de la mujer, limitados a su única realidad: la arena.
Desde que despierta, la mañana siguiente, se da cuenta de que su pesadilla empezó antes de caer dormido, al entrar en aquella casa, al internarse en aquella playa, o, incluso más aterrador para él, siempre ha vivido en esa pesadilla. Mientras que la obsesión de la mujer es palear y palear arena para evitar que esta aplaste su casa y, sobre todo, su aldea, la obsesión de él será planear la forma de escapar de aquella casa, de aquella realidad (la arena).
En una atmosfera que podríamos llamar kafkiana, encontramos a un hombre con las cuestiones existenciales propias de un personaje de Camus. Un hombre que en la pequeña ventana del ocio reafirma una individualidad —la cual ni siquiera está muy convencido de poseer— es sometido por la ley gregaria de una comunidad: ama tu aldea. Este primer mandamiento social trae implícita la obligación social primaria: trabaja. Y allí empieza el “sinsentido”, el absurdo de la situación: si trabajas serás recompensado —podrás vivir en la comunidad, obtendrás las pequeñas satisfacciones que esta diseñe para ti—, en caso contrario, serás castigado —se te mostrará que el bien general debe primar sobre el individual—. Sin embargo, jamás podrás salir de allí porque, como lo expresara Pessoa: “¿Hacia dónde pensar en huir, si sólo la celda es el Todo?”

Kobo Abe construye una corta obra maestra donde un individuo es obligado a pertenecer, a ser parte de. Sus personajes, el hombre, la mujer, el viejo, los aldeanos y los niños nos dan cuenta de mecanismos que hacen parte del gran engranaje. Un engranaje en que cada parte es controlada por cada una de las otras partes y esta a su vez ayuda a controlar a todas las otras partes, como la mujer que lo empieza a envolver o bien por lástima o por su instinto sexual más animal. Los pensamientos del protagonista, que pretender ser lógicos o sensatos, al intentar dar sentido al absurdo mundo que lo rodea, no logran más que dar nacimiento a cierto tipo de esquizofrenia, quizá su única manera de huir.

Hay muchos libros que nos cuentan grandiosas historias, hay otros tantos que pretenden mostrarnos algo, y hay muy pocos que realmente nos dicen algo. La mujer de la arena es, sin lugar a dudas, uno de estos últimos.

Tinta – Fernando Trías de Bes. Seix Barral, 2012.

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Por Alejandro Torres.

Maguncia, tierra de impresores, a principios del siglo pasado. Seis personajes en busca de la razón de  sinrazón. El mundo de los libros paso a paso, desde cuando se imaginan hasta el momento mismo de ir a parar a los estantes. Seis historias librescas unidas por la desazón y la tristeza. Librero, editor, impresor, corrector, escritor y lector; todos citados para hallarle fin a una vieja pregunta que acosa en las calles donde ocurre esta historia: hay un solo texto desperdigado en miles de escrituras? Una razón universal expresada y a su vez oculta en cada libro? En fin, un librito sorprendente y como todos los que se quedan en la memoria, lleno de la gracia de involucrarnos en una aventura.

Extremety retained – Jason Netherton. Handshake INC, 2014

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Por Alejandro Torres.

Cuando se tiene un tema favorito, siempre se busca un libro imposible. Uno que lo diga todo y que vaya a fondo con las preguntas que uno lleva tiempo pastando. Ese libro no existe. En general, los libros a la carta deben ser escritos por el curioso que los ha buscado. Así me pasa cuando quiero leer sobre música. Siempre se quedan cortos pero lo malo es que no soy escritor y me queda grande decir algo importante sobre el asunto. Sin embargo un día me topé con el trabajo de Jason Netherton. Un tipo que con su música ha recorrido un montón de escenarios en muchos países y mientras aporrea su bajo en una banda brutalera, lleva perfectos diarios de sus charlas con los hacedores de música extrema, de Death Metal. Me ha sorprendido con su paciencia para tejer la historia mejor contada, hasta ahora, de un trozo importante del Underground. No pierde oportunidad de sacar a la luz los asuntos importantes de un estilo musical que se niega a morir. Estructura un relato a partir de tres momentos clave: querer tocar, salir a tocar y lograr grabar. en esos pasos encierra toda una tradición sobre un subgénero que nació a mediados de los ochenta y aún persiste, aunque ya no crece demasiado. Netherton además de revelarnos las temáticas y toda la imaginería de este sonido, deja hablar a músicos, roadies, ingenieros de sonido, productores, ilustradores y otras gentes del medio que, sin saberlo, van tejiendo un cuento de sus alegrías y sus penurias. De sus influencias y sus logros. También de cómo se pasa de un corrillo de locos obsesos por el ruido y el cine sangriento a un movimiento con más de 20 años de tradición y que con un lenguaje propio logró pasar de un fanzine fotocopiado y el eterno voz a voz, a tener que contratar contadores para impuestos en un negocio que solo sabe dar pérdida pero que como todo placer llevado al arte, te mantiene atado aunque no haya éxito. Con más de un centenar de voces de todo el orbe, incluida una colombiana, Netherton ha logrado dejar un documento para la memoria de la música subterránea. Totalmente recomendado.

La entrega – Denis Lehane. Salamandra, 2014.

 
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Por Tomás Ferri.

Al cabo de cinco minutos —o de tan solo treinta segundos—
podría descubrir si había otra vida después de esta o únicamente
el dolor del acero penetrando en su cuerpo y destrozando los órganos.
Y luego nada.

Bob trabaja detrás de la barra de un bar con su primo Marv, antiguo propietario del local que aún lleva su nombre, pero ahora le pertenece a los chechenos, que los usan, como a tantos otros alrededor de toda la ciudad, para recibir dinero de apuestas ilegales.
Diez años atrás un evento hizo que la vida de Bob quedara suspendida. Ahora, otro evento, de apariencia insignificante, va a poner a andar nuevamente las manecillas del reloj de la vida que parecían haber estado inmóviles por una década. Saliendo del bar, una noche de implacable invierno, Bob va a encontrarse un cachorro en una caneca de basura y… Alguien planea robar a los chechenos, alguien desea no estar solo, un policía quiere encarrillar su carrera, un demente pretende recuperar a su novia, los chechenos piensan picar a quien se meta con su dinero, el primo Marv concibe retirarse y Bob, un tipo reservado, se vuelve el coprotagonista en la vida de todos estos personajes.

Una novela negra corta, inteligente, que terminamos de un solo envión y nos deja con el agridulce sabor de la vida, pero con el dulce placer que nos regala una historia bien contada.
Cuando el arrepentimiento no es suficiente y existen pecados para los cuales no hay perdón, ¿cómo vive un pecador?

Mystic River, dirigida por Clint Eastwood; Shutter Island, por Martin Scorsese, y Gone Baby Gone, por Ben Affleck, son tres de sus anteriores novelas llevadas con éxito a la pantalla grande. La entrega, dirigida por Michael R. Roskan, cuenta en su reparto con Tom Hardy como Bob y con James Gandolfini, en su última actuación, como el primo Marv.
HYPERLINK «https://www.youtube.com/watch?v=iIIELlLHLXk» https://www.youtube.com/watch?v=iIIELlLHLXk

Sperman- Roberto Fontanarrosa. Ediciones de la flor, 1987.

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Fontanarrosa, el «negro» más famoso de Rosario (Argentina) tiene un saldo a favor pendiente con el mundo editorial. Desde finales de la década del ochenta,  ya en plena democrácia argentina, no se reedita un auténtico clásico de su autoría. Siempre vuelve a mojar imprenta Boogie, Inodoro Pereyra y sus cientos de chistes para el periódico Clarín pero no se ha vuelto a mencionar con fuerza de letra de molde un raro superhéroe que también caricaturizaba lo peor del sinsentido de la política, las corporaciones y la mafia, que vienen siendo desde siempre la misma cosa. Sperman Donor «el hombre del sexo de hierro», pertenece a una cosecha rara de la imaginación más febril pero increíblemente lúcida de Fontanarrosa. En franca parodia de los superhéroes gringos, Sperman vestido con sus tangas por encima del spandex está abocado a poblar el mundo y llevar la simiente de la libertad y la democracia donde se requieran. Es un arma secreta de Estados Unidos para que el germen de la tierra de los bravos y el hogar de los libres no cese de esparcirse. Llenas de un humor negrísimo y agudo, las viñetas de Sperman y su compañero de aventuras, un espermatozoide llamado Germinal, nos llevan por las sendas del pensamiento del imperio Yankee en clave humorística única. Aunque ya no estemos en la misma guerra fría de entonces y no sea tan nuevo el asunto de la gestación in vitro ni la pureza de las razas, Fontanarrosa aprovecha en poco más de diez aventuras para que Sperman ponga de relieve cómo los países de ese tercer mundo, que tan crudamente diseccionó Boogie «el aceitoso», son solo un laboratorio para las grandes potencias. Fuera del tono escabroso de su hermano mercenario, este superhéroe sexualmente superdotado y donador universal inagotable de semen poderoso, sirve aún mejor a Fontanarrosa; tiene un dejo más inteligente aún. Atento al llamado de la justicia espermática, parodia de las invasiones de toda índole de los gringos, Sperman es la alegoría perfecta del deseo paranoide y facho del tio Sam por uniformar el mundo. Lanzo desde aquí la botella al mar del mundo del libro con la esperanza de que un día este trozo inperdible de Fontanarrosa encuentre de nuevo su camino a la imprenta. Sigue siendo necesario educarnos en lo político, más aún si se hace a contrapelo, dejando que la inteligencia nos abra los ojos para que nos enteremos de que esos reyezuelos siempre han desfilado desnudos.

El amante de las librerías – Claude Roy. José J. De Olañeta Editor, 2011

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Hace años un cliente muy querido no visita la pequeña librería que manejo. Era ya muy viejo y suelo tener pensamientos oscuros sobre su presente. Estará enfermo? Habrá fallecido? Problemas o discordias nunca tuvimos; su recuerdo de cazador de libros colombianos me alegra siempre; febril escarbador de anaqueles en las librerías del centro de Bogotá y sabio humilde de las tradiciones más antiguas de nuestra tierra, es un hombre que extraño y espero. Su llegada a la librería con bolsas de mercado, verduras, frutas y quién sabe qué otras viandas me poblaba de gratos olores el local. Siempre apuntaba risueño que su mujer lo reconvendría por los «otros víveres» con los que llegaría esa tarde a casa. Claude Roy me ha traído este grato recuerdo de mi cliente perdido. Los libros son sin duda un alimento y deben ir junto al resto de nuestras comidas. Olañeta rinde un pequeñísimo gran homanaje a los recolectores incansables de lecturas en papel. A los eternos peregrinos de calles de libros; Esos que ocultan como mejor pueden la dicha cuando frente al librero, se saben en presencia de un tomo que los ha hecho sufrir durante años y finalmente una tarde, ya resignados a no verlo, se topan con el bendito libro y al fin pueden marcharse juntos. Claude Roy, un tipo de la misma catadura que el bien amado bibliómano francés Charles Nodier, nos ha dejado a los que vivimos acechando un libro o unos muchos libros, esta pequeña memoria de su vicio impune. De lo que dio en llamar su «pasión inútil». Ese tipo de amor por todo aquello que carece de un fin práctico. Amar no solo los hallazgos sino también los amables diálogos que se suscitan en las librerías; esas charlas suaves y otras acaloradas en torno a tal o cual lectura que ha logrado que un par de almas, así sea solo por un rato, se hayan vuelto amigas. Tal vez mi cliente ausente y Claude Roy tengan mucho que charlar. Siempre hay un libro esperando aunque nosotros no lo estemos buscando. Paciente aguarda en algún rincón de alguna librería a que lo queramos incluir entre nuestros «víveres» para sacarlo a paseo una buena tarde que alguien esté dispuesto a que lo traigamos a cuento. El amante de las librerías, puede bien ocupar ese espacio hermoso de la memoria de todos los que ven en esos taquitos impresos algo más que un libro.

Cómicos, tiranos y leyendas – Osvaldo Soriano. Seix Barral, 2012.

Por Alejandro Torres.

A veces se me ocurre que no debe ser tan malo que las cosas favoritas de tu vida y las puteadas que a veces quieres darle a las que menos te gustan te las permitan imprimir. Osvaldo Soriano logró hacer de lo personal lo literario; Logró abrir de par en par las puertas a lo popular sin caer en lo populista. Decir y contradecir mientras nos lleva por caminos llenos de gatos y bocanadas de humo. Esta colección de crónicas parece ser la última que verá la luz pero con tipos como el gordo Soriano nunca se sabe; Cubrió con igual maestría la política, el «fóbal», el boxeo y la literatura. En esta antología desfilan sin desequilibrios ni preferencias de profundidad o genio, tipos tan dispares como Quino y  Gatica. No se quedó por fuera su querido Chandler ni Hammett; tampoco faltan referencias y peroratas a la dictadura, Cortázar, La boca, Gardel, los cigarrillos, su padre y los gatos. Cuando no se deja venir con un bello homenaje a los viejos Boxeadores, el cine y Perón. Otra vez sale una antología, pienso si será la que cierre el ciclo y siempre espero que sigan raspando la olla y que en dos o tres años vuelvan a «encontrar» nuevas cónicas del maestro que solo atendía la vida de las 8 pm en adelante. Un porteño que sabe universal y que supo hallar en recovecos tan chicos, como las fotos que su padre tomaba con una cámara a crédito, la esperanza de un hombre que ya lo daba todo por perdido; una sensación que quizá no sea ajena para muchos de nosotros. En fin un librito capaz de elevar a leyenda lo que en otro no sumaría más que un mal verso; un pésimo recuerdo. Quizá en este instante alguien esté rebrujando entre periódicos viejos una perla más del gordo. Y así hasta que se ajusten otras dos docenas de ingenio y nos vuelva la alegría al cuerpo de ver, luego de 18 años de muerto, que Osvaldo Soriano siga tan vivo.

Black Metal: Evolution of the cult – Dayal Patterson. Feral House, 2013.

Por Alejandro Torres.

Hicieron todo el esfuerzo para que no se diera a conocer, para que no se volviera «mainstream», para que se quedara pequeño y sagrado; limitado a un selecto círculo de seguidores y cultores. El Black Metal, el sonido de la bestia, ocurrió un día y aún no termina. Desde hace más de veinte años, viene asolando y parece que, aunque no gozara más del murmullo y el misterio que le rodeó en su infancia, este género musical sigue rodando saludable y recreándose por doquier. Su deseo de ser secreto, Underground,  resultó fallido y se ha transformado en producto de exportación y peregrinación turística a su meca: Noruega. Actualmente poco queda de ese espíritu radical que alentó a principios de los noventa con quema de iglesias, asesinatos y amenazas, pero aún sigue rampante su visión apocalíptica de este mundo y a pesar de que ya no se pintan con ahínco los rostros, cada noche en algún lugar del mundo, el Black no es más exclusividad noruega,  su pinta de muerto y su estridencia renacen en algún sótano donde se le canta a esa parte oscura de nuestras vidas. El Black metal llegó para quedarse y el autor de este libro en particular, ha asentado los documentos de este movimiento estético de mejor manera que los correos de brujas y las crónicas febriles y sensacionalistas del pasado. Es raro pero grato hallarse frente a un texto que trate con respeto y profundidad un género musical; que sepa hallar los momentos críticos donde se gesta la historia de la música y demuestre que aunque haya desmesura y furia en un sonido, también hay intención y fuerza en cada momento brillante de este género. Si bien es cierto que el Metal en general y El black metal en particular, no son aún corrientes estéticas populares o masivas, es innegable que han alcanzado una masa crítica que ha convertido al rock más pesado en un tema ya alejado de lo subterráneo. Poco a poco se han hecho un espacio en la historia de la música contemporánea. Este libro va tejiendo con cuidado los orígenes y devenires de lo que empezó como un deslinde  del metal tradicional y más comercial de finales de los 80, restringido a un puñado puristas e inconformes para ir moldeando un universo simbólico y sonoro en pugna con la corriente, hasta transformarse en un cuño reconocible a la distancia; en un sonido particular que se fue enriqueciendo e internacionalizando hasta nuestros días. Como lo demuestra el autor, este subgénero es mucho más que Noruego y menos monolítico de lo que sus creadores iniciales desearon. Se salió, como siempre lo hace el arte, de cauce; excedió sus límites estéticos, geográficos y sus influencias para pasar de un puñado de bandas reconocidas a un millar de ejercicios que constantemente le insuflan carne y sangre al estilo.  Dayal Patterson nos ofrece una historia sesuda pero entretenida del sonido oscuro y radical. Un libro que alterna la reflexión del autor con la crónica del tiempo en la voz de los protagonistas del género. A mi modo de ver, el primer acercamiento serio al fenómeno y una buena puerta de iniciación cuando no de afianzamiento o memoria para los amantes de este sonido. Alejado de sesgos y malos matrimonios, logra un equilibrio perfecto a la hora de escribir éste, que por el momento sospecho el primer estado del arte hecho a conciencia en torno al Black metal.

MATANDO A RAYONAZOS. Por Mauro Vargas.

 

Estoy en contra de rayar los libros. Lo considero un acto criminal. No puedo lidiar con la idea de agarrar un lapicero de tinta indeleble y trazar una línea fea y temblorosa sobre el hermoso color crema del papel. Mucho menos con coger un resaltador y pasar sobre las letras una capa de esa tinta resplandeciente. Aquello es violar su integridad. Es como acercarte a tu amigo borracho mientras está dormido y tatuarle un pene en la frente. Cuando el tipo despierte, probablemente ninguna mujer se le acercará mientras vean ese miembro erecto y horizontal sobre las cejas. Y es lamentable que como lector deba enfrentarme a ese problema con frecuencia.

Hace varios meses, solicité un préstamo en la biblioteca. Esperé quince minutos por él, lo presenté a la salida y solo hasta llegar a mi casa lo abrí. Si lo hubiese hecho antes, seguramente lo habría devuelto de inmediato. Todo el libro estaba lleno de líneas ondulantes subrayando expresiones y de óvalos y recuadros encerrando palabras. Verdes, rojas, azules, negras. Intenté leer los primeros capítulos de la novela, pero fue realmente difícil sentirme cómodo con todo ese absurdo colorido llenando las páginas.

Sí, sé que para muchos la idea de rayar un libro es algo romántica. Que rayarlo lo hace más propio, que anotar en sus márgenes es como imprimirle el sello personal. Recuerdo que algo muy parecido dijo alguna vez una profesora de historia en la universidad. Y mucho después, otra profesora, esta vez de literatura, nos incitó con vehemencia a anotar en las márgenes, a escribir en las páginas en blanco de atrás, a doblar las esquinas de las hojas. Nos mostró con orgullo su maltratado ejemplar del Decamerón como si aquello se tratara de una obra de arte. Algunas hojas estaban violentamente dobladas hasta la mitad, en otras brillaban las líneas fluorescentes de los resaltadores y en otras las márgenes estaban atestadas de anotaciones con lapicero. ¡Válgame Dios! Yo estaba en la universidad para que me educaran en la literatura, no para que me convirtieran en un vándalo. ¿Acaso no pueden hacer todos esos estragos en una hoja aparte? ¡Por lo menos usen un lápiz! Existen otras posibilidades para registrar lo que aprenden cuando están leyendo y es por eso que considero el vicio de rayar los libros como un acto premeditado.

Yo me niego a seguir esa conducta, por muy llamativa que sea. Aprendí  que destrozar un libro de esa manera tiene algo de egoísmo. Los libros no nos pertenecen para siempre, tan solo los tenemos prestados durante su ciclo vital. Somos sus guardianes transitorios. Cuando mueran, esos libros serán leídos por otros. Si se raya de manera permanente, el libro muere al instante y se le niega el placer de una lectura amena a próximas generaciones. Los libros que están en las librerías de usados son muchas veces de bibliotecas de gente que fallece. Si están rayados con lápiz, el librero simplemente borra las anotaciones y queda como nuevo. Pero cuando vienen todos dañados con bolígrafo o «personalizados» con resaltador, van directo a la basura o a un infame remate en la calle. No se pueden vender a un precio razonable, y la gente tampoco los compra en su deplorable estado. Su destino es permanecer todo el día bajo el sol, vapuleados por quienes se acercan curiosos, miran los rayones en el interior y los dejan con desgana sobre la mesa en la calle, mientras sus carátulas se decoloran lentamente hasta perder su identidad, para finalmente acabar como ceniza en una hoguera. ¿Es eso justo?

La fiebre de rayar un libro supone matar algo que es capaz de vivir eternamente.

EDUCACIÓN SIBERIANA – Nikolái Lilin. Ediciones Salamandra, 2010.

Por Tomás Ferri

 

Unos gozan la vida, otros la sufren, nosotros la combatimos

Antiguo Proverbio de los Urcas siberianos

 

Nikolái Lilin nació y fue criado en un clan de criminales “en un barrio donde los jardines solo servían para esconder armas”. Desde su temprana infancia comienza a recibir una educación siberiana que no es otra cosa que aprender a respetar y a comportarse bajo “la ley y la moral criminal”. Nunca se interesó por juguetes; a los cinco años lo que lo seducía era ver a su abuelo o a su tío desmontar y limpiar las armas. A los seis recibió una pica (navaja automática) cuyo diestro manejo lo convirtió en escritor, que en argot criminal es como llaman a quien maneja bien el cuchillo: “Escribir es dar cuchilladas”.

A través de su infancia y su adolescencia, Nikolái nos muestra un mundo cruel y violento que convive con una fuerte identidad étnica y con unos inviolables valores tradicionales. Los urcas —que se ven a sí mismos como “criminales honestos”— siempre vivieron en los límites de la sociedad, rechazando el poder, rindiendo culto a la libertad, sin aceptar ningún tipo de gobierno, ni apoyar ningún político o respetar leyes distintas a las de su clan. Roban pero no más allá de lo que necesitan para vivir porque no está bien visto acumular riqueza o comprar objetos suntuosos. Los niños no solo son respetados sino que juegan un papel importante que es guiado por los ancianos, de los cuales algunos alcanzan el título de santos, héroes sabios que comparten su experiencia. Respetan a todos los seres de la naturaleza, pero por encima de todos a los enfermos mentales, quienes son un regalo de Dios, casi sagrados, “seres queridos por Dios”. La educación siberiana la reciben principalmente de los ancianos, quienes a través de fabulas y leyendas sobre su propia experiencia transmiten los valores de su comunidad. Acciones cotidianas como dar un mensaje o una respuesta, preparar y tomar chifir —té negro—, hacerse un tatuaje o pagarlo…, estas acciones responden a un ritual muy definido que Lilin describe de tal manera que no podemos sino quedar cautivados por cada uno de ellos.

El tatuaje tiene una fuerte significado para los siberianos y responde a una antigua tradición. Nikolái Lilin, quien se fue a vivir a Italia y se convirtió en un tatuador profesional, nos regala, casi como un abrebocas, en un capítulo titulado “cuando la piel habla”, algunos de los ritos y los secretos detrás de los tatuajes.

Nikolái se permite, en un tono nostálgico, rescatar viejos valores que cree desaparecieron en la sociedad en la que la mayoría hemos vivido: “Eso era lo que me gustaba de aquel mundo, por violento y brutal que fuera; allí no cabían falsedades, mentiras ni hipocresías: todo era absolutamente verdadero y sincero, la verdad se presentaba espontánea, sin estudio ni afectación: la gente era autentica”. El libro está lejos de hacer una apología a la violencia o a la comunidad del hampa; con honestidad reflexiona sobre las contradicciones que veía entre los valores sobre los que edificaron su educación, otras veces se vale del sarcasmo o del humor negro para dejar claro algún punto, como cuando cuenta que el Barrio de la Orilla se convirtió en atracción turística de “gente de bien” que buscaba entretenerse con la criminalidad exótica de un barrio de mala fama, casi como un parque temático de la criminalidad.

El libro no te da tregua, arrancas y no quieres parar, tampoco quieres que se acabe. Al final, todos quedamos tan entusiasmados como Irvine Whales: “Maravilloso y esclarecedor…. Nos obliga a reevaluar nuestras nociones del bien y del mal”.