Shooting Dogs – Michael Caton-Jones. 2005.

Por Alejandro Torres.

Dicen los que saben que, si vas a Ruanda, te recoje un Utu en el Aeropuerto y luego te recibe un Tutsi en el hotel, sin que ellos te hayan dicho su tribu, es prácticamente imposible hallar la diferencia entre unos y otros. Por Qué? Simplemente porque dicha diferencia se hizo notoria como una más de las políticas coloniales francesas, quienes exigieron segregar mediante cartillas de identificación a ambas tribus que a todas estas siempre han sido los dueños naturales del país de las mil colinas que es como se conoce a este pedazo del mundo en medio del áfrica. La división fue sembrando la iniquidad y el odio entre la gente y el polvorín adobado con miseria e ignorancia, explotó para el pueblo Ruandés en 1994. Frente a los ojos atónitos e inermes del mundo y con el silencio de las grandes potencias, Los Utus descargaron sin piedad los machetes que llegaron vía China, sobre los Tutsis hasta ajustar en un plazo record de tres meses casi un millón de personas asesinadas a sangre fría en las calles  y los campos de este país. Por cada muerto hay una historia y el que ha sido llamado uno de los grandes genocidios del Siglo XX, no podrá ser agotado en unas cuantas crónicas y libros. En esta ocasión, el cine viaja al interior de una escuela técnica regentada por un sacerdote Inglés en el área urbana de Kigali, capital de Ruanda. Con el alzamiento armado Utu, tras la muerte de la primer ministro, los Tutsis se repliegan en esta escuela y la violencia se desata más allá de las puertas de la escuela. Pero no tardará tanto en tocar la muerte a este refugio y último bastión de sentido en un mar de ira y sed de sangre. Gran apuesta por narrar con verosimilitud el silencio de la comunidad internacional que puede ser culpada de haberle dado la espalda a un millón de indefensos caídos en el éxtasis de un festín de carniceros que fue televisado y nunca hubo un solo intento por detener la masacre. En fin, otro documento más para el archivo de la barbarie. Cruda, esa es la definición de esta película.

Marvel 1602. Neil Gaiman – Andy Kubert & Richard Isanove. Marvel Comics, 2004.

Por Alejandro Torres.

Dentro de la tradición comiquera de crear infinitas precuelas que pronto llevarán a demostrar que superman es en realidad el creador de este mundo (si es que ya no lo han hecho) esta saga creada por el gran imaginador Neil Gaiman ( Mr. Punch, Coraline, The Sandman, Stardust e incluso adaptaciones para Dr Who), nos trae en esta ocasión los verdaderos orígenes de la liga Marvel. Ambientados con rigor estético en la época isabelina, los ocho tomos que comprenden esta precuela se aventuran por la Inglaterra y Norteamérica de los padres peregrinos y nos deja entrever la génesis de Los X Men, Hulk, SpiderMan y Thor, entre otros. Con un dibujo sobresaliente y un guión sólido y plausible, se nota porqué Gaiman es considerado del olimpo de la novela gráfica. Como siempre en un territorio narrativo tan delicado, es mejor que le den una ojeada a esta obra maestra que combina mundos y nos deja perplejos frente a una manada de superhumanos que van haciéndonos guiños sobre su origen y la metamorfosis ambientada en tiempos pretéritos no destruirá sino más bien reforzará la pasión de algunos por la ilustre casa Marvel. Así que adelante con la cacería imposible pero no aburrida del tiempo oscuro de los héroes de papel.

Kamchatka – Marcelo Piñeyro. Argentina/ España, 2001

Por Alejandro Torres.

Hubo un tiempo oscuro en Argentina. Tiempo de esconderse y correr; de permanecer callado como cuando se siente venir el ogro y te escondes con la mano en la boca debajo de la cama, rogando para que la orina no ruede por el piso y te delate; para que un gemido de horror no se te escape al ver los pies de tu verdugo. La ideas tuvieron que ponerse en esos días el abrigo con la solapa hasta las orejas y caminar rápido por esas calles atestadas de hermanos genocidas de sus hermanos. La junta militar trajo el horror y la postura estúpida y ciega de los totalitarismos en eso que dieron en llamar la Operación Cóndor, cuando EE.UU decidió que Latinoamérica no iba a albergar un ápice más de comunismo o de cualquier tufo revolucionario. Ya suficiente tenían con Cuba y Argentina, vecina de Chile y Paraguay, no fue la excepción. Silenciaron, desaparecieron, robaron, masacraron y ningunearon a una nación que guardó luto y agachó la mirada por temor a que un pensamiento, una sospecha, los arrojase de un avión en altamar para alimentar los tiburones. De ese tiempo oscuro vinieron las moralejas en el cine y todas las otras artes, como un rio que no encuentra represa y que va lavando todo con un grito que clama por la memoria, terreno infalible para aprender a no repetir. Piñeyro, mago de la puesta en escena de las costumbres de su país, apostó a contar una fábula donde se pierde la infancia en medio del aprender a resistir escondido pero sin perder lo que de humano se tiene. Gran muestra de cine pero mejor muestra de narrativa. Bravo por el cine que también es documento estético de la barbarie. Paradójicamente la cuna de Borges y Sabato fue también la cuna de Videla y Galtieri.

 

Gangs of New York (1928), de Herbert Asbury, Editorial Edhasa.

Por Alex Freyle.

¿Habra sido cierta toda esa sangre que se derramó en la película de Scorsese? Les tengo una respuesta…fue peor, tanto que hasta Charles Dickens escribió en sus memorias americanas lo que habría sido la New York de los años mil ochocientos, el refugio de no solo Lucifer sino todos sus demonios con ayudante. Dickens dijo: «Muchos de estos puercos viven aquí. ¿Acaso se preguntan por qué sus amos caminan erguidos en vez de a cuatro patas, y por qué hablan en vez de gruñir?.» Estas páginas nos hablan de la gran manzana de esa época. Los adinerados de casas grandes y lujosas eran los carniceros, la carne era el oro de la época. Los maleantes enterraban a sus víctimas en el suelo de su propio techo y evitaban que los inculparan del «cuerpo del delito.» La New York que a futuro cantara Sinatra a todo pulmón era gobernada por hampones y pandillas acostumbrados a toda la sangre que nos podamos imaginar. La frase de que «las grandes repúblicas están sustentadas por grandes charcas de sangre» tiene cabida en este librito que a quienes  les guste la sociología puede ser una tentación bastante agradable. La corrupción política hace su a debacle cuando el postulado candidato salía al púlpito con garrote en mano, ebrio hasta la saciedad y hablando de paz en su «apacible» localidad, mientras abajo de la tarima se le daban unos cuantos golpes al opositor. Lo que dice el autor eran los inicios de los primeros republicanos y demócratas. Un libro que no esta tan en el pasado de las “repúblicas” de este lado del continente y su curtiembre de ciudades olvidadas al hampa.

LOS TESTAMENTOS TRAICIONADOS – Milan Kundera. Ed. Tusquets

Por Óscar Javier Jiménez.

 

Bogotá, Enero 23 de 2012-01-23.

 

 

¿Para qué leer sobre música? Una vez le leí a alguien una frase de Ciorán, que me entusiasmaba, y que decía algo así como: “La música es la última emanación del universo”. Mi entusiasmo por lo que ahora veo que era una frase un tanto ostentosa, fue congelado por la frialdad de la respuesta de mi interlocutor: ¿Para qué decir esas cosas? ¿Qué caso tenía? La única forma de transmitirle a otro semejante sensación, era poniendo un disco: de jazz, de música de cámara, de rock, lo que fuera. Y no agotar en palabras lo que las palabras no pueden explicar. Tras leer Los Testamentos Traicionados de Milán Kundera, me vino a la mente ese momento pues, caí en la cuenta de que toda la obra ensayística de Kundera gira alrededor de un arte, la novela, así como muchos de los aforismos de Ciorán versan sobre otro arte, la música. De hecho, de música también se habla, y mucho, en este libro de Kundera. En fin, el punto era: ¿Para qué leer entonces a Kundera disertando sobre el arte de la novela, en lugar de ir a la fuente y leer novelas? Me ha dado por pensar últimamente en que el tiempo se nos agota sobre este mundo, y en que de llegar a vivir una existencia promedio, el tiempo sería en todo caso, demasiado corto: no hemos leído casi nada, y nos faltan por explorar tantas y tantas buenas novelas, como tantos ensayos brillantes y libros de crónicas y cuentos. ¿Leer aforismos y ensayos sobre la música o la novela, no sería el equivalente a leer tratados sobre el sexo y mientras tanto perderse de practicarlo? Bien, en el caso de Kundera y de éste libro en particular, habrá que decir que su lectura es tan provechosa, entretenida, apasionante y reveladora como la que obtenemos al pasar hojas y hojas absortos en esas cada vez más raras ocasiones en que una buena novela nos abstrae del paso del tiempo.

En primer lugar, este libro es una fuente de referencias enorme y rica, donde su autor pasa revista a Mann, Kafka, Nietzsche, Tolstoi, Salman Rushdie; y a Stravinski, a Jänaceck y a Schönberg. De un libro a otro, de una composición a otra, Kundera le va dando forma a la que se nos revela la esencia de su libro: la búsqueda del testimonio de independencia del artista, la definición clara de su individualidad y libertad ante el mundo. Dentro del marco de reglas preexistentes que siempre pueden romperse, el artista reelabora su arte y lo revitaliza y casi nunca es comprendido. Éste libro es un manifiesto por la libertad del pensamiento, la independencia del criterio y la autoafirmación del artista que es, a su vez, la libertad y la independencia del hombre. Las referencias a obras se convierten en evocaciones de hombres, y el terreno de lo anecdótico deviene terreno existencial porque es allí, en las cosas insignificantes de la cotidianidad, donde el hombre, el artista sobre todo, vive su existencia y ésta a su vez trastoca su arte.

Y mientras cruza referencias en busca de su cometido, el enorme ensayista que es Milan Kundera, teoriza sobre el gran arte de la época moderna, la novela. Pretende con ello rescatarla en cierta medida del exceso de popularidad y por ende del rebajamiento al que se ve sometida, cuando se le confunde con otra cosa, cuando se le produce en serie y a sueldo y se olvida que la responsabilidad del novelista es para con el hombre mismo, para con la evolución del pensamiento humano, que ha encontrado en la novela explorar resquicios que no son accesibles a la Filosofía, a la Poesía o al ensayo. Rincones de la condición humana que nos son íntimos y bien conocidos, pero que no podemos sin embargo explicar ni compartir, que se nos hacen inefables. La Filosofía, que se ocupa de las grandes categorías y de los conceptos, puede hacerse torpe al tratar de incursionar en el curso de lo cotidiano, lo modesto o lo vulgar. Igual pasa con la poesía. Sólo la novela nos deja entrever el caos interior del hombre, la marcha de sus sensaciones, sus dudas, sus vergüenzas. Esos hombres que son los personajes, quieren mostrarnos que sólo son como nosotros, nos hablan en nuestro lenguaje limitado que no es Filosofía ni es Poesía, pero que no deja de ser abismalmente profundo y bello. Creo que Milan Kundera ha dedicado su vida como ensayista o teórico, a revelarnos la gran importancia que tiene el arte de la novela para llegar a ser lo que somos, hombres modernos, y creo que en este libro, como en El Telón o en El Arte de la Novela, lo consigue; al punto de hacernos querer ir de inmediato a leer a Robert Musil, a Thomas Mann o a Hermann Broch, antes de que se nos acabe el tiempo.

 

El sentido perfecto – David Mackenzie. Reino Unido, 2011.

Por Alejandro Torres.

Esta es la historia de la epidemia perfecta; esa que aboliría la desigualdad y la frialdad entre los humanos. En algún lugar del Reino unido se desata un mal que nos hace perder paulatinamente todos los sentidos. Exacerbando nuestros motivos más primarios, llevándonos al límite. Cómo sería la vida si fuésemos perdiendo el olfato, luego el gusto y más tarde el oído y la visión?

Un cocinero y una epidemióloga se conocen por casualidad mientras sus facultades más usuales se les van perdiendo y el mundo parece irse por la borda. Es temprano para decirlo pero, un tema tan bien manejado como este, puede clasificar para las buenas pelis de este año.  Si solo nos quedasen los ojos para movernos en el mundo cómo sería todo? Buena pregunta esta peli que nos lleva a considerar de una vez por todas eso que damos por sentado y por tanto nos parece adosado al paquete hasta el día en que lo extrañemos.

Una oportunidad para pensar y pensarnos desde el cuerpo, esa máquina de sentir a la que vamos atados sin darnos mucha cuenta de su valor. En este film es la conciencia la gran protagonista de una estética que se pierde entre los días de la costumbre. Sencillamente invaluable.

Sherlock Holmes: A Game of Shadows (2011)

Por Alejandro Torres.

La segundas partes, en el cine y quién sabe si en otras esferas de la vida, me producen cierta desconfianza. Sin embargo, más allá de esta postura, entré  a la sala (esta peli es injusto verla en casa) y quedé de nuevo en buenos términos con Guy ritchie, quien parece conocer de estos asuntos como si fuera miembro de número del  221B de la Baker Street, donde está alojada la memoria del más famoso de los detectives de todos los tiempos. La peli es de nuevo una remembranza de las aventuras de Sherlock con su amigo Watson ese tiempo victoriano que parece no terminar de ser pensado. Con leves visos de artilugios Steam Punk y bien ambientada en la Europa previa a la primera guerra, Ritchie nos trae una segunda parte más llena de efectos auque sin sacrificar lo narrativo. Holmes se bate en lucha contra Moriarty y su séquito manteniendo al espectador pegado a la silla. Como peloícula de acción, de seguro triunfará. Sin embargo, para el público lector no creo que pase de un buen homenaje pues detrás de tanto efecto y artefacto, se opaca la capacidad que hizo al personaje de Conan Doyle famoso: su capacidad deductiva para resolver problemas con pocas herramientas. De todas formas es un imperdible en el cine actual. Trepidante hasta el punto de mantener positivamente atado a la silla a un apático del asunto por dos horas. Otra cosa es la música que ambienta la peli: espectacular y bien pensada. La Stop Motion, equilibrada y los actores, como siempre; magistrales. Me queda por saber qué aventuras, exactamente, al;imentaron esta puesta en escena.

Judios en el espacio – Gabriel Lichtmann. Argentina, 2006.

Por Alejandro Torres.

Un abuelo judío, patriarca y joyero en el gran Buenos Aires, está por suicidarse. Su familia lucha por llevarle la cuerda mientras los lazos de sangre se hacen y deshacen en recuerdos de mejores pascuas hebreas.  Inmersa en un humor delicado, esta peli argentina rescata el valor de la memoria. La infancia tiene aquí su espacio pues son los recuerdos el hilo tejedor de esta rara y loca familia que nos han puesto en la pantalla y que, con tan buen oficio, pasó desapercibida en nuestro contexto. Buen cine sin muchos elementos. Ala vieja usanza: que la historia siga siendo lo primordial y que lo jocoso no abrume el argumento. Vale la pena darle un vistazo a este breve gran ejercicio.